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23 abril 2014

La dislexia y su gran final, la selectividad.


Ayer conduje varias horas en carretera y como siempre te pones a ordenar tu cabeza y te evades. Se que no debería de hacerlo, se que es peligroso, pero cuando llevas a un adolescente de copiloto aislado del mundo con unos cascos. Otro par de adolescentes en la fila de atrás en idénticas condiciones y unos pequeñajos dormidos o enfrascados en una película, te relajas y te pones a pensar.

Primero piensas en como organizar la llegada, las maletas y que les vas a dar de cenar. Luego cruzas los dedos para que este tiempo de tranquilidad de tu furgoneta dure lo máximo posible, conoces de sobra la siguiente fase de todos se pelean, quieren la Tablet del otro, la pequeña no para de preguntar cuanto falta y el ambiente del coche puede ser insoportable. Hay que intentar evitar esa situación, es agotadora y estrenaste.

Una vez que asumes que además aparecerán deberes desconocidos, que la mitad están incompletos o mal hechos, y que estas vacaciones hemos pasado de todo lo que guarda relación con el colegio, la culpa es esencialmente mía, estaba agotada de tanto colegio. Claro que si yo estaba así, como estarían mis hijos de cansados y sobrepasados del colegio. Da igual un día como voy valen las trampas, si hace falta hago los deberes que sean con tal de salir del paso. Jamás pensé que yo iba a decir esto o lo que es peor a hacerlo, pero si así es, esto es un efecto colateral de la dislexia, eres capaz de hacer tu misma las trampas.


Ahora volvemos a la realidad, a la realidad de que estamos en Mayo. La mitad de las madres con niños con dislexia estamos muertas de miedo, nos jugamos todo. Vamos a los finales con una colección de suspensos, de evaluaciones sin recuperar, de exámenes aprobados con un cinco raspón y de profesores que creen que mereces repetir. Digo mereces pues si repite mi hijo, repito yo. Repito yo, pues estoy haciendo el colegio en paralelo junto con él, cada examen me lo preparo, me lo estudio y menos sentarme a examinar por él, todo lo demás lo vivimos intensamente madre e hijo.

Nos fuimos de vacaciones con la moral tocada por los suspensos, por las odiosas notas que son una pesadilla. Encima ves como el tutor no cree en tu hijo, encima ves como te insinúan si lo correcto es que repita y encima te hacen dudar a ti. No sabes que hacer, estás agotada y deseas que pase mayo y junio. Que pase esta temporada y que llegue el verano. Así viví yo mi vuelta de vacaciones el año pasado. Este año he tenido la suerte de un buen tutor, de que creen en mi hijo y de que en principio todo va a ir bien. Pero llevamos algún suspenso, tenemos finales y nos queda el gran reto, el broche final a esta pesadilla la Selectividad!!!!!. Horror! Pánico escénico!

Así estoy, que quiero aparentar tranquilidad, que todo es normal e igual que siempre, pero la realidad es que solo de pensar en los finales de mi hijo se me saltan las lágrimas. ¿Tanto esfuerzo se verá recompensado? Miro para atrás y pienso todo lo que hemos hecho desde que tenía cinco años y pareció la palabra dislexia en nuestras vidas, y solo de pensarlo me canso yo misma. Todo ese entusiasmo, esas ganas de salir, ese luchar contra todo, ¿se verá recompensado? Esas tardes yendo y viniendo al logopeda, al psicomotricista, recitando las tablas en el coche una y mil veces, haciendo infinidad de esquemas, buscando trucos y animándole cada tarde a no tirar la toalla. Ahora me encuentro en la final de su gran slam, ¿que pasará? ¿ quien nos corregirá?

Intentas no presionar a tu hijo, intentas pensar en las cosas buenas. Por lo menos repetir no va a repetir, en todo caso irá a septiembre. Quieres buscar consuelo en la peor de las opciones y si comparo con el curso pasado estoy en un sueño. Hubiese dado mi mano por encontrarme en la situación que estoy. Ahora me alegro del cambio de colegio, me alegro de dejarme guiar por mi instinto y de luchar contra todo pronostico. Me alegro de haber creído en mi hijo y de haber apostado por él. ¿Pero que pasará este mayo? Por mucho que quiera consolarme con la peor de las opciones, en verdad me estoy mintiendo a mi misma. Quiero que gane, quiero que apruebe y quiero que entre en la carrera que quiere en la universidad. Quiero que lo haga en Junio, como el resto de sus compañeros. Quiero que su esfuerzo se vea recompensado, que se sienta el “rey del mambo”, triunfador y capaz de hacer lo que se proponga. Sería un premio a toda su corta vida y sería una dosis extra de autoestima. Una compensación por toda la que le han quitado a lo largo de su infancia. Sería una recompensa al acoso que ha sufrido por parte de profesores, que le trataron con malas formas, que tantas veces lo humillaron leyendo sus notas en alto, que lo consideraron vago, disperso e inmaduro.

¡Ojalá! Lo consiga. ¡Ojalá! Yo sea capaz de dominar mis nervios e inquietudes y transmitir a mi hijo la seguridad y el apoyo que necesita. Ese es mi gran reto de este mes. Con un hijo a punto de cumplir los dieciocho poco puedes hacer más que dejar que tome las riendas de su vida, observar desde la barrera por si te pide ayuda y cruzar los dedos para que todo le salga bien.
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