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07 junio 2013

Entiende la dislexia y me conocerás mejor.


Como me imagino que el resto de madres del planeta están como yo en estas fechas de fin de curso, entre actuaciones, cumpleaños, exámenes y demás líos, apenas encuentro el momento para sentarme y centrarme. Lo cierto es que si que encuentro el momento para leer, gracias a las nuevas tecnologías, a poder tener internet allí donde vayas y a estar conectada al mundo... pues mientras estoy esperando en doble fila en la puerta del colegio a que salgan mis hjjos, mientras espero a que termine el pedagogo, o mientras nada una de mis hijas, voy leyendo y leyendo, y poco apoco aprendiendo más sobre la dislexia. Quizás eso sumado a la edad, a los años que llevo conviviendo con ella y a que yo como el resto de los humanos la vida me ha hecho más pausada, más reflexiva y más paciente, veo que para poder entender bien a mis hijos tengo que entender su dislexia. Obvio, pero aunque os parezca obvio no siempre es tan evidente. 

El otro día me preguntaba a mi misma como es que me cuesta más llevar la dislexia, educar y entender a mis hijos los mayores que a los pequeños. Con los mayores se me va la vida en ello, lucho y no paro. Me estreso y sin quererlo les estreso a ellos. Soy muy exigente con ellos y conmigo misma. Cuando llego a mi cuarta hija, que además de tener infinidad de problemas, es nerviosa, dispersa pero adorable, veo como soy otra madre. Aunque me desespero, y claro está que grito y me pongo de muy mal humor infinidad de tardes, cuando no hace los deberes, cuando se trae lo que no tiene que traerse pero su mochila va a reventar de cuadernos que no necesita, cuando me dice que ya ha acabado y simplemente ha copiado los enunciados de los ejercicios en el cuaderno y pretende escusarse con un "... ya lo he intentado pero no me sale". Aun así soy más benevolente con ella que lo fui con mi hijo el mayor. Y he aquí la pregunta que llevo toda la semana dándole vueltas ¿por que? Sin duda alguna no hay una sola respuesta hay varias. 

Una de ellas es el agotamiento, cuando una está cansada termina por mucho que quiera por bajar su ritmo, su nivel de exigencia y acabas simplificando y centrándote en lo más esencial o importante. Eso creo que es un punto a favor de la educación hacia mi hija, pues no pretendo que se aprenda lo que veo que no es esencial. Con mi hijo pretendía que se aprendiese todo, todo aquello que estaba en la lección. No importaban las horas, no importaba no dormir, no importaba nada, había que aprendérselo como fuera. Con mi hija hacemos el esfuerzo de aprenderse lo esencial, pero llegado ese momento donde se bloquea, donde no le entra nada más en su cabeza, donde no ve lo que yo veo y no entiende de que le estoy hablando, lo dejamos y a otra cosa, a tocar el piano, a jugar o simplemente a ducharse para acostarse temprano y descansar. Ello supone que mi hija tiene menos presión, más tiempo libre y eso se traduce en más tiempo para ella, para ser como quiera ser y para divertirse. Así está siendo una personaje genuino, cada día con más personalidad y sobre todo muy creativa. El cansancio mío, la falta de tiempo con tantos hijos y sobre todo la experiencia, el ver que no compensa ese sufrimiento me han llevado a adoptar esa postura. A encontrar con ella un mejor equilibrio. A ello le sumo un mayor conocimiento sobre la dislexia y sus consecuencias, y como he leído que una educación no solo debe de ser buena también debe de ser saludable, sana mentalmente, para evitar complejos, donde el niño siga siendo niño, siga jugando y aprenda a ser seguro de si mismo y eso es más importante que saber pasar los metros a kilómetros o saber las fechas de la primera guerra mundial. Todo ello hace que conociendo mejor la dislexia, entienda mejor a mi hija y sea más llevadera su educación. A veces el día a día de su dislexia hace que pierda el horizonte como madre y me olvido que lo importante es que su mundo afectivo y emocional  no se vea alterado, ya que las experiencias de cada uno a lo largo de nuestra vida van dejándonos huellas, y estas huellas pueden producir cambios no solo en nuestra forma de ser, también en el cerebro de cada uno. Todos tenemos, disléxicos o no, una memoria autobiográfica y es esencial para nuestra propia formación. En la de mis hijos disléxicos también es esencial que su memoria autobiográfica la vayan construyendo de manera equilibrada y positiva. A veces su dislexia hace que no tenga en cuenta sus sentimientos, sus emociones, poniendo en un primer plano su rendimiento escolar.

Este trimestre con mi hijo el mayor estamos por fin sacando la cabeza del agujero donde estaba. Sus hormonas de la adolescencia y su trabajo y no dejarse vencer por las adversidades están haciendo que vayamos a acabar el curso mejor de lo esperado. (Eso espero y en eso confío... pero nunca se sabe). Pero gracias a que cada vez se más de su dislexia, de como le afecta y puedo separar del saco lo que es mi hijo adolescente de mi hijo disléxico, me resulta más fácil, dentro de la enorme dificultad que en verdad supone, el poder entenderle y ayudarle. El otro día tenía un examen de ciencias, me dijo que le costaba memorizar un listado inmenso de enfermedades, había no solo que memorizar los nombres, además había que saber clasificarlas y saber sus síntomas. Me acorde de lo leído, de los conceptos abstractos, de como cuando consiguen visualizar en su mente el concepto todo va más fluido y es más fácil. Pues manos a la obra, eran las doce de la noche pero daba igual, como entendía lo que le pasaba, me daba igual mi cansancio, mis horas de sueño y dispuesta a ayudar. Además tenía que aprovechar que el estaba receptivo y queriendo aprender la lección, poco a poco fuimos una a una visualizando cada enfermedad. Poniendo ejemplos muy sencillos, contando historias relacionadas con la enfermedad, y haciendo que lo fuese viendo en su mente. Y así fue, al día siguiente en el examen se las preguntaron y contesto bien. Lo único que falló fue que en vez de decir cirrosis hepática dijo cirrosis del hígado, sabiendo que es la dislexia, es un fallo que no debería de tener el profesor en cuenta, pues lo importante era que el sabía clasificar la enfermedad, sabía sus características y sabía que era del hígado, lo que no supo fue etiquetarla con la palabra exacta.

Creo que como dijo el poeta libanes Gibran cuando educamos los padres somos como arqueros y los hijos son nuestras flechas. Antes de empezar a lanzarlas nos ponemos una meta o marca en el camino del infinito de la vida y esperamos que nuestra flecha se dirija allí.  Pero como dijo el poeta, nuestros hijos no nos pertenecen, podemos quererlos, es más yo diría adorarlos, pero no podemos darles nuestros pensamientos, ellos ya tienen los suyos. Podemos educarlos, cuidarlos, darles cobijo pero sus almas, sus espíritus, pertenecen a su futuro. Su futuro no podemos conocerlo, ni visitarlo en nuestros sueños. Podemos esforzarnos en ser como ellos, pero nunca podemos esperar que sean como nosotros, ya que la vida nunca retrocede. Por ello cuando lanzamos nuestras flechas, y más si son disléxicos, no dejemos de lanzarlas con alegría y satisfacción, pues por más que tu adores tu flecha volando en la vida, ella , tu flecha, también adora el arco estable y firme que la lanzó a la vida. Esto tan bonito no es idea mía, yo lo acoplo a mis pensamientos como madre. Creo que por más que leo el poema de Gibran más me gusta y más sentido le encuentro. Pues veo como para ser un buen arquero debo de conocer el mundo de mis hijos, sus dislexias y así poder darles la firmeza y la estabilidad emocional que necesitan para  llegar a sus metas. ¡Ojo! Sus metas que no siempre son la nuestras.

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